Rubén Guerrero. Diferido, reversible y sin escala
Galería F2. Madrid. Septiembre 2016.
Para su primera exposición individual en F2 Galería, Rubén Guerrero presenta sus trabajos más recientes: una serie de pinturas de gran formato con las que continúa indagando sobres los límites y las convenciones de la pintura.
Guerrero toma aquí como punto de partida la obra s/t (idée de peinture M.B.), díptico cuyo título, idea de pintura, nos proporciona ciertas claves para entender sus motivaciones, relacionadas con la práctica de la pintura como asunto de reflexión. Dicha reflexión se despliega en un proceso que, al quedar interrumpido o abierto, deja al descubierto su propia lógica, funcionando de forma análoga a los juegos de construcción infantiles, los ejercicios de papiroflexia o incluso los dibujos para colorear mediante números.
Estas referencias se proponen también como un modo de retomar los fundamentos básicos de la pintura: soporte, color y textura. Para ello, el artista se vale de composiciones geométricas simples que fabrica con pequeños objetos pseudo-arquitectónicos o totémicos. Cada obra es el resultado de un complejo análisis de la imagen resultante, en la que dichos objetos son forzados sistemáticamente para adaptarse al plano del cuadro, adquiriendo una extrema frontalidad cercana al efecto de trompe l’oeil. Esta incapacidad para diferenciar figura y fondo confieren un alto grado de hermetismo a la superficie pintada. Oscilando entre lo escultórico y lo pictórico, las obras parecen mediar entre el objeto que las originó y la pintura resultante, entre el pensamiento y el proceso, empleando la pintura como principio constructivo, material y mental.
Guerrero acepta con naturalidad el paradójico asunto de la abstracción figurativa o la figuración abstracta y parece tratar de dirigir nuestra atención en dos direcciones opuestas pero tangentes en cada obra; por un lado confía en la imagen y los principios de la pintura ilusionista y, por otro, en el capricho especulativo y experimental de lo abstracto, como si ambas direcciones convergieran en una suerte de síntesis de lo reconocible y familiar con lo extraordinario, situando de esta forma al espectador en el intersticio (o en el bucle) entre la pintura y la imagen.