VEINTE ROSEBUDS
Vuelapluma. Madrid 2014.
Comisaria: María Escribano.
Artistas: Almudena Armenta, Carmen Calvo, Charris, Dis Berlín, Forns Bada, Alfonso Galván, Carlos García Alix, María Gomez, Mariana Laín, Juan Antonio Mañas, Perico Pastor, Perez Villalta, Agueda de la Pisa, Miluca Sanz, Savater, Brigitte Szenczi, Pilar Insertis, Rafael Zapatero y Teresa Moro.
Texto escrito por María Escribano para la presentación de la muestra:
“El señor Kane fue un hombre que tuvo cuanto se puede desear y lo perdió luego. Puede que Rosebud fuera algo que no pudo conseguir o algo que perdió”.
Secuencias finales de Ciudadano Kane.
“¿Cómo voy a resistir el dolor de todo lo que se ha perdido sin dejarme siquiera el sueño de una edad prístina, teñida tal vez por el violeta de la melancolía, sin un mito de la expulsión que sirva para interpretar mi dolor?.”
J.M.Coetzee. En medio de ninguna parte.
¿Pero hubo alguna vez una edad prístina y si la hubo, fueron los hombres que tuvieron la fortuna de vivirla, conscientes de ella?. Desde el principio de los tiempos parece que el ser humano fantaseó con la idea de una Edad de Oro en la que los dioses y los hombres eran uno y a la que seguía la escisión, la degradación y la pérdida. Hesíodo nos ha dejado la primera narración de ese orden descendente desde el oro al hierro, que planeará sobre occidente durante siglos, de tal modo que podría decirse que el recuerdo de una Edad de Oro o de un Paraíso Perdido, ha sido uno de los grandes temas de la cultura occidental.
Pero es sin embargo desde el Renacimiento, un momento de ruptura con un mundo de fronteras precisas y de precaria delimitación de otras nuevas , un momento de descubrimiento de nuevos mundos físicos e imaginarios , cuando esta conciencia de pérdida y esta añoranza de plenitud a la que llamamos melancolía, teñirá con mayor intensidad toda la cultura de occidente. El neoplatonismo, abonará la idea de un alma infinitamente luminosa en su origen a la que la materia oscurece y a la que el aprendizaje devuelve parte de lo que ha olvidado. De ello se seguiría igualmente que la melancolía podía transportar a un estado que permitía recobrar la clarividencia, el conocimiento en estado puro, por intuición directa. Así los artistas, nacidos bajo el signo de Saturno, serían aquellos a los que su condición melancólica permitiría vislumbrar la visión del paraíso y el arte el lugar en el que se acababa alumbrando el fruto de esas visiones.
Desalojado de la vida cotidiana el neoplatonismo, reducido casi exclusivamente en nuestro tiempo a estantería de erudito, la melancolía mostrará sin embargo su resistencia, su capacidad para mutar y seguir afectando a todos cuantos tienen la sensación de haber perdido algo o no han encontrado todavía lo que buscan. Y así la sicología vendrá en su ayuda y ensayará una explicación distinta (y quizá no menos platónica) para esa añoranza porque no es ahora una vida anterior, pero si la infancia, la proveedora de ese conocimiento mágico que proporciona la medida exacta del nombre de las cosas. La sicóloga, Marion Milner, investigadora de referencia en la relación entre juego y creatividad, no puede evitar asociar ese momento con “el poeta primitivo que hay en cada uno de nosotros” e incluso pensar que ese estadio de la vida “se parece demasiado a las visitas de los dioses”. La madurez, la entrada en la razón, supondría la gran fractura, la privación de la intimidad con la realidad y es el arte el que de alguna forma volvería a devolvernos parte de ella.
En 1941, cuando América comenzaba a salir de la Gran Depresión, Orson Welles realiza Ciudadano Kane y la mítica película no es una emotiva confesión de experiencias iniciáticas como cabría esperar de un joven de 26 años , sino la historia de un hombre poderoso y depredador contada desde su niñez hasta sus momentos finales . Fiel a la tradición que encuentra en el desengaño y la decepción, uno de los principales resortes de la creación artística, Ciudadano Kane puede leerse como una denuncia de la futilidad del poder y los bienes materiales, pero es sobre todo un dramático lamento de la irremediable pérdida del paraíso de la inocencia. Orson Welles vuelve así en esa obra realizada en estado de gracia, a narrar la melancolía de un hombre simbolizada en una palabra, Rosebud , y en un objeto, un trineo, que el fuego acaba consumiendo y cuya íntima asociación entre ambos, el gran secreto de la historia, quizás de todas la historias, solo el propio Charles Foster Kane y nosotros los espectadores conocemos. Mientras lo vemos consumirse en el fuego de la gran chimenea de Xanadú, esa escena final vuelve a recordarnos de nuevo el imposible encuentro de las palabras y las cosas, perdido en el mundo ideal de la infancia y origen de cualquier forma de melancolía. ¿Como no evocar ante ella El sueño de Colerigdge, y pensar en Rosebud como una nueva manifestación de ese arquetipo, ese objeto eterno al que Borges imagina ingresando paulatinamente en el mundo para agregar a la realidad sueños como el palacio de Kublai Khan y el poema de Coleridge?.
Pero vivimos ya en otro tiempo y sufrimos otra modalidad de Gran Depresión. En El lobo de Wall Street, Scorsese relata también la ascensión y caída de un triunfador posmoderno, depredador como Kane, pero a diferencia de este sin un Xanadú real o imaginario que habitar, sin un Rosebud que situar en una edad primigenia, sin la añoranza de la llegada de ningún arquetipo, de ningún objeto eterno. A diferencia de Charles Foster Kane, Jordan Belfort, no se nos presenta como un personaje melancólico rodeado de obras de arte, sino como alguien que , por citar dos obras de un gran melancólico contemporáneo , J.M. Coetzee, ha sobrepasado la Edad del Hierro para aterrizar En medio de ninguna parte, en un mundo infernal, sin pasado, sin referencias y sin jerarquías. Un medio ciertamente hostil para determinado tipo de artista, para determinado tipo de arte… si no se opta por salirse del tiempo, por rebelarse contra él.
Esta exposición parte de una conversación sobre la película de Welles. Reunir a una serie de artistas, para que nos desvelaran su Rosebud personal, fue una tentación irresistible y quizá un atrevimiento , aunque bien mirado , ¿qué otra cosa continúa haciendo el arte ,al menos aquel que sigue interesado en el deseo de conciliar el mundo ideal y el mundo sensible, sino tratar de resucitar el Rosebud primordial?. Elegimos a artistas, diez hombres y diez mujeres, que estuvieran en il mezzo del camino, un buen momento para extender la mirada sobre el pasado y tratar de descubrir a que imagen asociaron el vislumbre de la plenitud y si esa imagen fue después una referencia en sus vidas o en sus obras. Una imagen que puede aparecer soleada como la cúpula del palacio de Kubla, aunque flotando en el abismo tenebroso , pues no ignoramos que el arte ha podido nacer justamente de esa desgracia, de esa pérdida de inocencia, de ese pecado original de la memoria, porque ¿quién desearía en occidente cantar un paraíso que no se ha perdido? Nuestro pecado nos conforma como hombres tanto como nuestra gracia de modo que nuestro olvido, nuestra mutilación primordial, nuestra insatisfacción, nuestra melancolía en fin, es una llamada de atención a los dioses para que acepten el reto y acaben por reconocernos y devolvernos el tiempo perdido.
Es muy posible que cuando escribió el guión de Ciudadano Kane, Orson Welles admirador de los poetas románticos ingleses, conociera Xanadú, el famoso poema de Coleridge, pero no había podido leer el cuento de Borges publicado en Otras Inquisiciones en 1952. Quizás el viejo trineo haya viajado ya al universo de los arquetipos para simbolizar, como el arte, aquello que nos saca del tiempo, que nos despierta del letargo de la existencia para devolvernos un instante de iluminación. También nosotros confiamos en que la serie de sueños y trabajos no haya llegado a su fin y en que no cesará el número de soñadores que en cualquier lugar y en cualquier momento nos devolverán las cosas, las rescatarán de los sueños para darles la forma de un palacio, un poema, un mármol, una música o una pintura. Fue con esa esperanza, con esa secreta intención, con las que, en una noche de primavera, Eugenia, Gemma y yo planeamos esta exposición.
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