J. M. Bonet > SELECTED TEXTS
AUTHORS
|
OTRA ESPAÑA
Title: Otra España Author: Bonet, Juan Manuel Publication: Sur / Sud. La Nueva Figuración en España / La Nouvelle Figuration en Espagne
Hay una España cuya pintura es sobradamente conocida, la de la abstracción. Desde finales de los años cuarenta, tras una sangrienta guerra civil y la instauración de la dictadura de Franco, una serie de grandes pintores y escultores reanudan los vínculos, la mayoría de ellos vía el surrealismo, con la vanguardia. Es el gran momento de los Tàpies, Millares, Saura, Canogar, Oteiza, Chillida, Palazuelo, Lucio Muñoz y Mompó, cuyos éxitos internacionales fueron clamorosos. Su sombra, como la de los realistas capitaneados por Antonio López García, se proyectará sobre las décadas siguientes, en las que asistimos a una eclosión de propuestas pop, geométricas, conceptuales… Los años ochenta conocerán una vuelta a la pintura, con numerosos abstractos líricos, como Broto, Campano y Sicilia, herederos de Tàpies, pero también del español de Nueva York que era José Guerrero, y con figurativos muy narrativos, absolutamente originales pero, por desgracia, escasamente conocidos a escala internacional, como Juan Antonio Aguirre, Carlos Alcolea, Chema Cobo, Carlos Franco, Sigfrido Martín Begué, Herminio Molero, Rafael Pérez-Mínguez, Guillermo Pérez Villalta o Manolo Quejido, con intereses completamente ajenos al informalismo, y que reivindicaban, al contrario, el ejemplo singular de Luis Gordillo —que perteneció a la Nueva Generación de Juan Antonio Aguirre—, o el de Alfredo Alcaín…
La generación figurativa presente en la exposición de Villa Tamaris, para cuyo catálogo escribo estas líneas, aparece durante los primeros años de la reencontrada democracia. Se trata de una generación que conoce bien a sus clásicos y que, ante todo, reivindica el ejemplo de los pintores figurativos instalados en Madrid que acabo de citar. Algunas de las primeras exposiciones individuales de Dis Berlin (seudónimo de Mariano Carrera Blázquez), jefe de filas de esta generación, tuvieron lugar en Buades, la galería madrileña, fundada en 1973, de la que fui su primer director artístico, y que llegó a ser la principal plataforma de acción de la generación Alcolea-Pérez Villalta.
La metafísica italiana, bandera enarbolada por un Dis Berlin que, en 1991, elegirá como título de sus primeras exposiciones colectivas uno sacado directamente de Giorgio de Chirico (El retorno del hijo pródigo), pasará a convertirse en un importante denominador común. Estos pintores se apasionarán por la obra del fundador, que ya había sido reivindicada por Rafael Pérez Mínguez y por Pérez Villalta. Pero también por la del hermano del autor de Hebdomeros, Alberto Savinio, que Joël Mestre estudiará durante su estancia en la Academia Española de Roma, llegándole a dedicar una serie de pinturas; por la de Filippo de Pisis; por la de Antonio Donghi, que conocí gracias a Damián Flores, quien, también becario de la Academia, acababa de descubrirla; por la de Ottone Rosai, al que Alcaín ya había homenajeado en un cuadro de su primera época; y, desde luego, por la de Giorgio Morandi, excusa para un cuadro de María Gómez pintado en aquella misma Academia, y para uno de los retratos-homenaje de Damián Flores —entre los cuales hay otro de Giorgio de Chirico—, y cuya influencia es considerable en los muy originales “outsiders” Jorge García Pfretzschner y Santiago Mayo, y en otro becario romano, Marcelo Fuentes, tanto en sus pinturas como en sus puntas secas… Las exposiciones que dedicamos en el IVAM a Morandi (1999) o a De Pisis (2000), precedidas por la gran panorámica sobre el Realismo mágico (1997), donde los italianos se codeaban con alemanes, franceses y españoles, tuvieron en estos pintores a sus mejores espectadores. Su mirada se volverá también hacia Francia, donde, claro está, Balthus llama su atención, pero también Derain, Marquet, o Pierre Roy, el artista de Nantes, y su pequeño mundo encantado. Miguel Galano, asturiano, ha ampliado el repertorio de estas miradas hacia el pasado homenajeando a Filippo de Pisis, al que acabo de nombrar, pero también a toda una serie de nuevos nombres, sobre todo Corot —ahí está su exposición, de 2008, Corotiana, en el Museo de Bellas Artes de Asturias—, el danés Hammershoi, el venezolano Armando Reverón, y Ramón Gaya, pintor y poeta murciano próximo a los poetas de la Generación del 27, y cuya obra italiana, y, fundamentalmente, la veneciana, tan bien pintada como escrita, es sencillamente sublime. Al referirse a estos años, a Galano le gusta hablar de “la familia”, y encuentro esta expresión muy acertada. Edward Hopper, por su parte, es una referencia importante para Ángel Mateo Charris y Gonzalo Sicre, que llegaron a viajar juntos a la costa Este de los Estados Unidos —el resultado del viaje pudo contemplarse en 1996 en Valencia, Cartagena y Murcia, en la exposición Cape Cod-Cabo de Palos—, pero también lo es para Ángela Acedo —véase, por ejemplo, una pintura tan silenciosa y tan llena de misterio como Sin hora de embarque (2010) —, para Juan Cuéllar, para Damián Flores, que lo ha incorporado a su galería de retratos, y para Marcelo Fuentes, una parte de cuya obra está inspirada en Nueva York…
Ya más cercanos al presente, estos pintores españoles conocen y admiran el trabajo de Alex Katz, uno de los grandes nombres de la figuración americana, que, desde mi punto de vista, sería un poco el Hopper de nuestros días. Se asoman, también, al trabajo del californiano Ed Ruscha. Por mi parte, debo agradecer estos dos artistas a Alcolea, quien me los hizo descubrir pronto hará cuarenta años, en una época en que él estaba muy interesado por Hockney y por Kitaj. La producción fotográfica de Ruscha llegó a tener un importante influjo sobre el trabajo de Pérez Villalta, coleccionista de arquitecturas extrañas, tan habituales en la costa andaluza. Cuando en 1996 expuse a Katz en el IVAM, muchos de sus admiradores españoles acudieron a la cita. Hoy, la mayoría de ellos son sensibles al trabajo sobre la memoria que lleva a cabo el belga Luc Tuymans, autor de un texto para el catálogo —desgraciadamente aún sin publicar— de una exposición que tuvo lugar en Murcia, en 2011, en La Conservera, fruto de un nuevo peregrinaje de Charris y Sicre, esta vez a Bélgica, tras la pintura de Léon Spilliaert, el artista de Ostende, considerado como premetafísico por Jean Clair. O al universo del italiano Salvo. O al del alemán Neo Rauch, del que ciertos momentos iniciales resultan sorprendentemente disberlinescos, tal como indicaba en el catálogo de la exposición que organicé sobre Rauch, en 2005, en el CAC de Málaga, un lugar donde también han expuesto Katz y Tuymans.
Estos pintores reivindican, a su vez, a algunos maestros menores del arte español, olvidados, y ajenos a toda norma. Así, tanto Galano como Pelayo Ortega aprecian el trabajo de algunos pintores de su región natal de principios del siglo XIX, como Evaristo Valle, Nicanor Piñole y, sobre todo, Luis Fernández, que vivió en París, donde llegó a relacionarse con Picasso, André Breton o René Char, y cuyo arte cristalino y absolutamente riguroso podría recordarnos el de Zurbarán o el de Juan Gris: una tradición española en las antípodas de lo negro. Un “realista mágico” como Alfonso Ponce de León, al que ha homenajeado Martín Begué, sería otro de los admirados comunes de varios de nuestros neo-metafísicos, y vuelve a ocurrir lo mismo con José María Ucelay, Urbano Lugrís o el canadiense José Jorge Oramas, pintor de los años treinta que produjo unas obras de una extraordinaria poesía insolada, y al que han prestado interés tanto un artista del archipiélago como Luis Palmero, como Dis Berlin, presente, en 2003, al igual que Palmero, en el catálogo de la exposición retrospectiva sobre Oramas en el Reina Sofía. A propósito de Galano, he mencionado a Gaya, pero deberíamos recordar también el trabajo, modesto, de Sofía Morales, pintora murciana cercana a él momentos antes de la guerra civil, a cuyo pequeño universo, tan seductor, rindió homenaje Juana Jorquera en su cuadro, de 2009, En la estación de Balsicas: Homenaje a Sofía Morales. Dis Berlin se ha interesado siempre por el Pop Art, pero también muchos otros de sus “hijos pródigos”. El más “pop” fue, sobre todo al principio, Charris, sirviéndose mucho de la ironía, y cuya obra está repleta de alusiones a la historia del arte y a las imágenes de la cultura de masas.
En 1999 dediqué una exposición a Dis Berlin, El museo imaginario de Dis Berlin, que tuvo lugar en la Fundación Bancaja de Valencia, y que, tal como indica su título, presentaba la particularidad de establecer un diálogo entre su trabajo y el de algunos de sus “faros”, por ejemplo Hans Arp, Giorgio de Chirico, Derain, César Domela, Kupka, Richard Lindner, Lugrís, Maruja Mallo, Marquet, Moholy Nagy, Carlo Mollino, Georgia O’Keeffe, Meret Oppenheim, Oramas, Amédée Ozenfant, Pierre Roy, Alfred Stieglitz, Ucelay… La misma lista pone al descubierto una mirada que va más allá de los límites de la figuración. Debo a Marcelo Fuentes el haberme iniciado en el conocimiento de cierta arquitectura funcionalista valenciana. En 1998 incorporamos un conjunto de sus obras en la exposición del IVAM sobre este tema, para la que también pudimos contar con la mirada fotográfica del canadiense Ian Wallace y de Javier Campano, quien, por su manera de mirar la ciudad, llega a convertirse en hermano metafísico de los pintores, casi todos muy urbanos, de los que este texto intenta trazar el perfil. Precisamente a propósito de la relación con la ciudad y, a la vez, remitiéndonos a la fotografía, habría que recordar la exposición, de 2006, que con el título de Ciudades y paisajes, y con Salvador Albiñana como comisario, reunió en Valencia, en el MuVIM —un museo cuyo programa, en aquella época, era una auténtica delicia—, dos miradas de dos creadores que se profesan una gran estima mutua, Marcelo Fuentes y Bernard Plossu, el inmenso fotógrafo francés, tan presente en España desde hace unas décadas y, donde, hacia finales de los setenta, pudimos descubrirlo gracias al Photocentro y a Nueva Lente, una revista de fotografía en la que participaba Rafael Pérez-Mínguez. O, aunque aquí estaríamos hablando más que de una ciudad, de una localidad de dimensiones modestas, aquella otra exposición de Plossu e Isabel Esteva que tuvo lugar en 2009, en Barcelona, en la Galería Alejandro Sales, y que fue fruto de la pasión compartida por el fotógrafo francés y la artista catalana por Níjar, en Almería, un pueblo blanco andaluz donde coincidieron, todavía sin conocerse, a finales de los años ochenta, un pueblo donde él captará el vuelo de las golondrinas, mientras ella se dejará atraer por una alberca, que pinta, fotografía o filma… Así pues, presencia de la arquitectura funcionalista española, no solamente en el caso de Marcelo Fuentes, sino también en muchos otros de sus colegas. Por ejemplo, en Paco de la Torre. Cuando el Museo de Arte Contemporáneo de Almería, la más oriental de las capitales andaluzas, y capital de la provincia donde se encuentra Níjar, dedica en 2007 una gran exposición a Guillermo Langle, el más importante de sus arquitectos de la pre-guerra, los comisarios deciden integrar en ella unos trabajos realizados especialmente para la ocasión por el pintor, obsesionado por su predecesor y por el paisaje árido de la región. La mirada sobre la arquitectura, tan presente en toda la obra de Paco de la Torre —Aticos de Milán (1994) y Espacio temporal (1997) son dos pequeñas maravillas—, es a su vez un componente esencial de la actividad artística de Damián Flores, que ha dedicado varias exposiciones a los arquitectos del Madrid de los años veinte y treinta, de los que incorpora algunos a su galería de retratos, y que ha tomado en consideración, igualmente, el trabajo de sus colegas en otras ciudades, como Gijón o San Sebastián. Presencia de la arquitectura, también, y de una cierta geometría, en la obra de Antonio Rojas, nacido en Tarifa, la ciudad del Estrecho, la ciudad de sus “hermanos mayores”, y amigos, Chema Cobo y Pérez Villalta, la ciudad donde la gente escucha Radio Tánger. Ciudad y geometría, una vez más, en la obra de Joël Mestre. Ciudades, siempre, en la obra del Dis Berlin viajero inmóvil, del Dis Berlin de la época azul, una de cuyas obras maestras sería El pintor de Leningrado (1985). Las afueras de Valencia tienen su poeta en Pedro Esteban, originario de un pueblo de la provincia de León y profesor de Bellas Artes en la gran capital mediterránea. Ciudades, en el trabajo de Fernando Martín Godoy; en el de Alberto Pina; en el de Pelayo Ortega, cantor de Oviedo, de París o de Lisboa, donde piensa mucho en Pessoa; en las obras de Galano, quien, después de Gijón, y, también en su caso, Oviedo o Lisboa, ha pintado Copenhague, Basilea, Zúrich, Budapest, Cracovia, Chicago, Cartagena de Indias… Presencia de la ciudad y también del viaje. En 2007, Ángela Acedo y Juana Jorquera hacen juntas uno en tren entre Cartagena y Montpellier, lo que dará lugar, tres años más tarde, a una exposición en su ciudad, Cartagena, en el Palacio de Molina. Hice mención, unas líneas más arriba, a los viajes americano y belga de Charris y Sicre. Con anterioridad, Bruselas y sus hoteles ya habían sido motivo de inspiración para varios cuadros del segundo, como, por ejemplo, aquellos, completamente grises, y en ocasiones con la luz de algún neón que, en 2001 y con el título de Continental, expuso en el Reina Sofía. Isabel Esteva, por su parte, ha realizado toda una serie de pinturas a partir de un viaje por Egipto y Sudán, siguiendo el curso del Nilo. Destaquemos por otra parte la presencia en un buen número de pintores de esta generación (Andrea Bloise, Charris, Juan Cuéllar, Dis Berlin, Damián Flores, Belén Franco, Emilio González Sainz, el vasco Edu López, Fernando Martín Godoy, Concha Gómez Acebo, Joël Mestre, Pelayo Ortega, Chema Peralta, Sicre, Teresa Tomás, Paco de la Torre, Xesús Vázquez…) de homenajes a Hergé —seguimos sin dejar Bruselas— y a Tintín, su periodista viajero, que ya estaba presente en la obra de Sigfrido Martín Begué, referencia capital para algunos de ellos, así como para Manuel Sáez, uno de los pintores más “línea clara” de nuestra escena artística. Pintura entendida como un diario íntimo en la mayoría de estos pintores, sobre todo en el caso de Ángela Acedo, en el del humilde y encantador Enric Balanzà —que tantas veces habrá pintado su casa y a sus hijos, y cuya obra al completo es un canto susurrado, y en tonos grises, a las cosas del día a día—, en Isabel Esteva, María Gómez, Juana Jorquera… Onirismo de una gran parte de la producción de Charris, de quien siempre he encontrado excelentes sus visiones del desierto. Onirismo también manifiesto en el trabajo de Andrea Bloise, de Juan Cuéllar, de Dis Berlin — pienso sobre todo en sus fotomontajes; los más monumentales de ellos pudieron verse en la gran retrospectiva que, en 1998, le dedicó el IVAM en el espacio hoy desaparecido del Centro del Carmen, donde el siguiente año le siguió Charris (éste con el comisariado de Gail Levin, historiadora del arte americana y gran especialista en Hopper). Onirismo en la pintura de Angie Kaak (una holandesa de Madrid), en la de Joël Mestre —tan amigo de los verdes fluorescentes, de los planos de ciudades, de las villas a lo Richard Neutra, del mundo virtual y de esa “noche perpetua” evocada a su propósito por Dis Berlin en un texto de 1997—, en Teresa Tomás —que se dedica también a la escultura y al vídeo, y cuya pintura, a menudo laberíntica, tiene en ocasiones un aire daliniano— o en Paco de la Torre, casado con la pintora que acabo de citar y miembro, como ella, del grupo Los Tres Caballeros (1989), al que también pertenecen Fernando Cordón, Silvia Sempere y el fotógrafo Alfonso Herráiz. Destacar la importancia, para varios de estos pintores, del paisaje español, tan diverso. Castilla se convierte en el motivo de los paisajes de Chema Peralta y, la Sierra de Madrid, de la obra del sombrío y romántico Juan Carlos Savater. Paco de la Torre se enfrenta al desierto de Almería, Charris y Sicre escrutan el litoral de Cartagena, Marcelo Fuentes el Mar Menor, en la costa murciana, Calo Carratalá, otros lugares de la costa —así como la Huerta de Valencia, y montañas y selvas vírgenes—, Antonio Rojas, el Estrecho, y Luis Palmero o Angie Kaak (ya hace bastantes años) el mar de las Islas Canarias. Asturias es el territorio natural de Galiano o Pelayo Ortega. Paisajes, también, del nómada Damián Flores, o, en Cantabria, de un Emilio González Sainz que insiste en ciertos acentos, al modo de Patinir, para evocar la montaña, el mar, las expediciones polares… También la importancia del bodegón, el arte del silencio: en Enric Balanzà, que compone topografías de sus interiores propios poblados por objetos absolutamente banales; en Dis Berlin, un apasionado por el mundo del objeto; en Galano, que siempre ha tenido presente el ejemplo de Luis Fernández; en Carlos García-Alix, Chema Peralta, Alberto Pina, Manuel Sáez, en Paco de la Torre que, en 1997, al pintar un violín, parece acordase de Juan Gris…
La voluntad de pintar partiendo de una tradición, y de reflexionar sobre ella, es patente en Rosa Martínez-Artero, que representa a menudo las paredes de su taller, bien ocupadas por acumulaciones de postales y reproducciones de obras, a la manera de un museo imaginario cortazariano, bien por sus propios cuadritos. Amor, también, por el pasado, y gusto por las listas (a la manera de Julio Cortázar, de Georges Perec, Octavio Paz…), en Dis Berlin, gran coleccionista de tarjetas postales, y cuyos archivos son míticos…
Artistas archivistas, y también coleccionistas: Dis Berlin ha construido cajas a la manera de Joseph Cornell, se ha interesado por la tradición del collage y del objeto surrealista, reconociendo, en España, el carácter precursor de los trabajos de Carmen Calvo o de Carlos Pazos… Cornell: una de las galerías más activas en la defensa de esta nueva escena figurativa se llama Utopia Parkway, el lugar de residencia, en Flushing, en las afueras de Nueva York, de aquel artista americano, gran viajero inmóvil, quien, vagabundeando en Nueva York, soñaba tan a menudo en una Francia donde nunca había puesto los pies…
España, sus mitos populares, su memoria, fueron temas tratados sistemáticamente, desde los años setenta, por Pérez Villalta y Herminio Molero, dos pintores que participaron en la famosa Movida Madrileña, y en este contexto habría que mencionar, del primero, su enorme cuadro Personajes a la salida de un concierto de rock (1979), conservado en el Reina Sofía, y, del segundo, su actividad musical en esa misma época, siendo miembro fundador del grupo de música pop Radio Futura. Dis Berlin, que tanto ha reivindicado el ejemplo de estos dos pintores pioneros, como el de muchos otros miembros de su generación, ha mantenido, por su parte, estrechas relaciones con Pedro Almodóvar, que incorporó collages suyos en varias de sus películas y que, en 1993, prologó el catálogo de Eva, una exposición que reunía una selección de sus collages y que el Instituto Cervantes fue mostrando en varias ciudades europeas. La música clásica no está demasiado presente en estas obras, pero subrayemos en cualquier caso algunos homenajes a Erik Satie por parte de Pelayo Ortega, y el retrato del músico de la mano de Damián Flores, así como el cuadro de Paco de la Torre, de 1996, dedicado a los Intuonarumori del futurista Luigi Russolo. (Paco de la Torre ya pintó en 1995 un Flamenco metafísico). Hablemos también de las relaciones de la mayoría de estos pintores, grandes lectores, con la literatura. Siguiendo el ejemplo de artistas anteriores, como Herminio Molero, que al principio fue un poeta “beat”, más experimental, o de Alcolea, autor del libro Aprender a nadar (1980), o de Pérez Villalta, que auto-prologa la mayoría de sus catálogos, muchos de ellos escriben y, además, bien. Hay que destacar, por este lado, la vocación de poeta del Dis Berlin de principios de los años ochenta, y del papel de guías que tuvieron para él, durante su periodo azul, escritores franceses como Valery Larbaud, Blaise Cendrars, Paul Morand o Patrick Modiano. O los textos de alguien tan curioso por todo como es Paco de la Torre, autor de una excepcional tesis doctoral dedicada a lo que él denomina “figuración post-conceptual”, y que en su serie Soleás hace referencia a Luis de Góngora, nuestro gran poeta barroco. O los de Pedro Esteban, tan impregnados de espiritualidad. O los de Ángel Mateo Charris, tanto sus auto-prólogos, a menudo en forma de ficciones, como los prólogos para colegas como Ángela Acedo, Juan Cuéllar, Juana Jorquera, Joël Mestre, Sicre o Juan Ugalde, entre otros, o para un fotógrafo como Juan Manuel Díaz Burgos, así como sus hermosísimas ilustraciones para obras de clásicos de la talla de Charles Dickens o Joseph Conrad. O el librito de Joël Mestre Cuando la verdad nace del engaño (2007). Siempre en el ámbito de la literatura, esta primavera, Damián Flores y Pelayo Ortega han participado, junto a dos colegas madrileños, Carlos García-Alix, autor de una importante obra como cineasta y, también, como escritor, con la guerra civil como uno de sus temas recurrentes —presente también en el trabajo de Sergio Sanz—, y Mariana Laín, en una exposición madrileña en la Galería José Ramón Ortega —con Fernando Castillo como comisario, que ya había organizado en 2011, en la misma sala, un homenaje a Tintín— en torno al universo de Patrick Modiano, al que acabo de mencionar a propósito de uno de sus predecesores. Y Damián Flores, que ha pintado un sinnúmero de retratos de escritores, desde Paul Morand, de nuevo, hasta Pavel Hrádok, pasando por Pessoa, Josep Pla o Manuel Chaves Nogales, este último sobre fondos del Madrid de la guerra civil, de nuevo… Y otro de los temas habituales de Rosa Martínez-Artero es la biblioteca, tema que volvemos a encontrar en Dis Berlin, en Carlos García- Alix, en Emilio González Sainz —lector de Stevenson, de Pío Baroja y de Conrad— y, desde luego, en un figurativo de otra galaxia, y que acaba de pintar un retrato de su amigo Modiano, como es Miquel Barceló…
He mencionado de paso a pintores de muchas regiones de España, pero la exposición de Villa Tamaris, para cuyo catálogo escribo este texto, se basa en los artistas de la costa Este española, ese Levante que Nicolás Sánchez Durá y yo mismo reivindicamos, en 1994, en nuestra exposición colectiva Muelle de Levante, en la que participaron muchos de ellos, y que después de haber podido verse en Valencia, concretamente en el club cultural del periódico Levante, visitó varias ciudades de la misma zona. Nos encontramos de nuevo con Dis Berlin, nacido en Ciria, una aldea castellana de la provincia de Soria, pero que durante algunos años vivió en Denia (Alicante), y que hoy, como entonces, sigue siendo el gran paladín de este rincón de nuestro escenario, y que ha expuesto mucho en Valencia, y que se ha interesado mucho por su escena pictórica. Y está también Damián Flores, nacido en Extremadura, en Acehuche (Cáceres), peregrino de todas las ciudades. Y la catalana Isabel Esteva que, como ya he dicho, es una almeriense (de Níjar) de adopción. Junto a ellos, Ángela Acedo, Charris, Juana Jorquera y Sicre (nacido en Cádiz), que llegan desde Cartagena (Murcia), “stazione termini” para la que imaginé hace tiempo un eslogan: “la ciudad más metafísica de España”; Cartagena, que fue objeto en 1993 de una de las primeras grandes exposiciones charrisianas, República de Cartagena; Cartagena, donde desde 1995 Charris y Sicre dan vida, en compañía del talentoso arquitecto Martín Lejárraga, a un espacio y a una publicación tan originales como La Naval; Cartagena, donde ocurren tantas cosas relativas a la música o a la fotografía; Cartagena, de donde es originario el galerista Ramón García Alcaraz (My Name’s Lolita Art), quien, desde Valencia, ha acabado por recalar en Madrid, donde a primeros de año pidió a Paco de la Torre organizar una exposición colectiva, Aire de familia: Una aproximación a la figuración postconceptual. Los valencianos son los más numerosos aquí, en Villa Tamaris: Enric Balanzà, Marcelo Fuentes, Rosa Martínez-Artero (nacida en Murcia y profesora en la Facultad de Bellas Artes de Valencia), Joël Mestre (nacido en Castellón de la Plana, capital de la provincia más septentrional de la Comunidad Valenciana, francés por parte de madre y profesor en Bellas Artes en Valencia), Teresa Tomás, Paco de la Torre (nacido en Almería y colega de facultad de Rosa Martínez-Artero y de Joël Mestre)… Tras Muelle de Levante, después de otra exposición colectiva que les dediqué (De la Valencia metafísica, Centro de Recursos Culturales de la Comunidad de Madrid, 2007), ésta es una nueva ocasión para mí de reflexionar sobre el interés de esta figuración valencianocartagenera… Y todo, para que el público francés lo descubra lo antes posible. |