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UN DIFÍCIL AIRE DE FAMILIA

 

Título: Un difícil aire de familia

Autor: Alonso Molina, Óscar

Publicación: Libro Derivas de la Nueva Figuración Madrileña

 

 

En el momento de decir lo que ustedes van a leer, con motivo de la mesa redonda Derivas de la Nueva Figuración Madrileña, celebrada en La Trasera de la Universidad Complutense el 26 de febrero de 2013, Jaime Aledo me acababa de presentar muy cierta y oportunamente como alguien de fuera de la Nueva Figuración Madrileña (en adelante NFM). Era una obviedad, sí, pero necesaria, pues encuadra mi perspectiva a la hora de analizar lo que fuera en su día dicho movimiento y lo que de él queda en el presente. Sobre todo al poner de relieve, casi como cuestión metodológica, el por qué justo aquellos que estando dentro —esto es: íntimamente vinculados a ella— no han querido, no han sabido o no han podido contarlo, entonces ni ya ahora. Porque la NFM no se ha contado siquiera desde dentro, y este punto es, en mi opinión, uno de los factores fundamentales para responder con cierta lógica muchas de las preguntas que nos reunieron en esa mesa redonda y que la presente publicación prolonga.

 

“Derivas de la Nueva Figuración Madrileña”, decía el título que nos convocaba, intentando a través de dos exposiciones tomadas más como experimento que como pretexto averiguar si aquellos raros figurativos madrileños surgidos a comienzos de los setenta dejaron descendencia y cuál fue ésta. Yo, lo confieso desde el principio, después de ver ambas muestras tengo la clara sensación de que no. Quizá porque ingenuamente uno espera ver en la prole rasgos comunes, cierta continuidad de rasgos con los patriarcas que la han dado origen. Pero frente a lo que se expuso en las dos galerías hay que reconocer al menos una distancia, una nueva genealogía; en cualquier caso algo que es muy muy distinto de lo que hasta ahora habíamos puesto en común como lo propio de la NFM. Viendo, repensando los trabajos de Patricia Gadea, de Elena Goñi, de Charris o de los Libres Para Siempre, y comparándolos con el núcleo de referencia de la NFM, lo primero que percibo es que no participan de aquel “aire de familia”, de aquel sofisticado, esquivo y disolvente espíritu de entender el arte o la vida que los caracterizó. No, no encuentro en estas dos selecciones el espíritu de aquellos referentes. Podremos encontrar líneas abstractas que dan viabilidad teórica al parangón, eso sí, claro, y que funcionan incluso en el plano teórico, pero, sinceramente, me cuesta creer que haya un árbol, una red genealógica que nos pueda permitir ver con claridad esa deriva en cuanto descendencia.

 

Paco de la Torre incluso ha llegado a pormenorizar los rasgos propios que definirían el hacer de los figurativos madrileños a partir de seis puntos en absoluto concretos, pero que él encuentra definitorios de su llamémosle estilo. Y sin embargo, reconozcamos que la perversa ironía, el problema y el límite de semejantes taxonomías por las que se intentan resumir los elementos característicos formales, técnicos, iconográficos y conceptuales de un grupo de obras es que, con facilidad, nos valen para incluir también a obras, incluso autores o estilos, que están alarmantemente lejanos del núcleo que se intenta definir. Es algo propio de la inestabilidad de las imágenes frente al análisis, no un problema de método. Con guasa, pero sobre todo con voluntad de ejemplificarlo, destaqué en mi intervención que al leer su decálogo no podía dejar de sorprenderme al comprobar que también se podría aplicar a la pintura de por ejemplo Amalia Avia, de quien sin embargo sabemos sobradamente que no enlaza ni lejanamente con esa herencia que buscamos.

 

De hecho, la dificultad en conceptualizar la NFM es parte de su interés, y a la vez, semejante dificultad es responsable en parte de que el grupo sea todavía hoy minoritario en su apreciación, en la repercusión alcanzada, en su presencia e índice de impacto, en su ascendiente e influencia estética, etcétera. Para entender, o para tener un diagnóstico completo de por qué no ha “cuajado” una NFM como grupo potente —algo que me temo no nos podrían contestar ni siquiera ellos: lo cual refuerza mi idea de que las derivas son todavía más débiles—, habría que atender antes que nada a su propia estructura interna.

 

Aquí no se trata solamente de algo en relación a la obra; es decir, no es cuestión únicamente de la enorme dificultad de sus trabajos, de esa producción refractaria a los tiempos (a los problemas estéticos que se han ido imponiendo históricamente desde que hiciera su aparición), y de los cuales se han ido alejando cada vez más, mostrando una creciente incompatibilidad e intransigencia entre ambos, pues con seguridad este distanciamiento que la aísla también la preserva. Quiero decir, que por su naturaleza tan particular la poética de la NFM parece condenada hoy a un aislamiento o incomprensión radical, algo así como una fractura insalvable, que al tiempo que opera en su contra, siendo en parte su desgracia, es también aquello que la salva. Por ejemplo, a la vez que le niega un puesto significativo en la Historia reciente del arte de nuestro país, incluso de la escena internacional, evita su desgaste como producto cultural exitoso que tiende a agotarse por simplificación, a devaluarse por su desgaste como moda.

 

Porque lo cierto es que a quienes nos interesa la NFM, precisamente por su rareza, por su dificultad, por su insolubilidad con lo prosaico y más banal del presente, muy posiblemente nos interesa con la verdadera pasión que afecta a las elecciones más íntimas y secretas. Justo por esto mismo: porque no representa ya el espíritu de los tiempos, y en este sentido es una estética a contrapelo a la que no cabe sólo adscribirse, sino que de alguna manera hay también que defender.

 

La primera gran revisión del grupo, la exposición en el Reina Sofía de Los Esquizos (Madrid, junio de 2009), fue la constatación de que todavía en la actualidad para ellos “el enemigo está dentro”. ¿Debemos interpretarlo como algo necesariamente negativo? Cada vez veo más claro que no: para empezar es su naturaleza, por lo que también en última instancia se les aprecia —cuando consiguen ser apreciados—, y en cualquier caso un factor determinante para entender su poética. Y es que el espíritu de esas individualidades era desde el principio tan singular que al cabo resultaba paradójico pedir colaboración entre ellos para estructurar una línea de lectura homogénea, una estabilidad o ciertas continuidades que permitieran un texto tendente a lo homogéneo donde reconocer rasgos estilísticos compartidos, ideas comunes, ese tan buscado aire de familia…

 

A nivel historiográfico el intento a posteriori me parece casi irrealizable, pero más aún si tenemos en cuenta la evolución de sus componentes, cuando cada uno de ellos ha terminado por singularizarse al máximo. La mayoría de las trayectorias, me refiero, claro, a las que no se truncaron precozmente pudiéndose consolidar en el tiempo, a mí me parecen fantásticas, seguramente porque han escapado a ese corsé de lo común gracias a su naturaleza interna, desde siempre extraordinariamente compleja.

 

En cualquier caso, en la búsqueda de su herencia debemos trascender esta estructura interna que comento, obligándonos a mirar cómo evolucionaron en el tiempo los agentes que debían de sustentar en su contexto a la NFM, apoyarla, estudiarla, manejarla... Hagamos un pequeño repaso y ya veréis qué de sorpresas: ¿qué ha pasado, dónde están, de quién hablan y de qué se escribe, por ejemplo, en las publicaciones que en algún momento los apoyaron como grupo o individualmente?, ¿lo siguieron haciendo? Más incluso, si así fue en algún caso, ¿qué forma adoptó dicho apoyo?

 

O fijémonos en las galerías, tienen un recorrido muy particular; y al decir galerías puedo ampliar también el foco a los espacios públicos, los centros de arte, los museos, las instituciones y las personas que en todos ellos alcanzaron responsabilidades: ¿cómo han apoyado? Ciertamente, a pesar de lo que se crea, la cosa es más amplia que el tópico que lo reduce todo en este caso a un puñado de publicaciones y exposiciones de referencia; pero lo decisivo aquí es preguntarse si dichas revisiones han sido significativas, si han conseguido incidir en el presente estético, en esa comunidad de intereses compartidos que conforma cualquier contexto común. Las exposiciones mismas que hoy nos sirven como excusa para reunirnos hoy, nuestra mesa redonda, esta misma publicación que el lector tiene entre las manos, convocan a un pequeña y seguramente muy entusiasta, convencida pequeña comunidad, ¿pero son las comunidades como las que nosotros conformamos las que han podido hacer algo más por el interés que compartían, eso que llamamos NFM?

 

Pero sigamos un poco más: ¿y los críticos?, ¿y los teóricos?; ¿qué ha pasado con ellos?, ¿cómo fue la evolución de su vínculo con los artistas y con el propio movimiento?, ¿crecieron juntos o por separado, se miraron a lo largo de los años a la cara o se dieron al final la espalda? Yo creo que este también es un factor determinante. Por no hablar del coleccionismo... En fin…

 

Siempre me ha llamado la atención algo que una breve tesis podría demostrar rápida y tajantemente cotejando fechas e imágenes: que la NFM no fue una cacofonía, sino la verdadera antesala, la anticipación no prevista de tendencias y grupos que, como los Anacronisti, los hipermanieristas o la Nuova Pittura Colta italiana, pero sobre todo la Transvanguardia, tuvieron un eco más o menos triunfal a nivel internacional a los pocos años de su aparición. Alguno de los componentes de la NFM fugaron hacia posiciones transvanguardistas en los primeros ochenta, sí, pero yo me estoy refiriendo exactamente a una década antes. Lo curioso es no sólo que los anticiparan, sino que en ocasiones los llevaron de manera espontánea y “autodidacta” a su epítome, a consecuencias mucho más radicales de las que alcanzaron estas otras corrientes en su desigual desarrollo, a pesar de contar con el favor y mucha más atención internacional. En cualquier caso, lo cierto es que aquí nunca se les reconoció tal mérito, y que el apoyo interno jamás vino a reivindicarlo ni dentro ni fuera de nuestras fronteras. Y es que el enemigo estaba dentro, pero no sólo del propio grupo, sino de ese complejo con respecto a lo internacional, como si nuestros artistas, de la NFM o de cualquier otro punto, no fueran por definición extraordinariamente internacionales (para un neoyorquino deben serlo en grado sumo, casi tanto como para un guineano), aunque no lo fueran de manera mimética a las tendencias imperantes en la escena extranjera.

 

Se dan, claro está, circunstancias particulares que arrojan luz sobre aspectos bien delimitados de este tipo de situaciones que tanto han afectado al devenir y el ascendiente de la NFM en sucesivas generaciones (la muerte de Maurizio Calvesi y su intento de articular Un’alternativa europea a nivel continental, por poner un ejemplo muy concreto), pero, no nos engañemos, hay que reconocer que a partir de un determinado punto en la historia de la NFM el espíritu de los tiempos ya era otro. Fue ya otro en los ochenta, claramente; algo que podría resumirse con la frase fenomenal de Ángel González, según la cual aquella década multicolor, como Juan Antonio Aguirre preveía pensando en sus chicos de los setenta, que todos esperaban acabara teniendo un regusto ácido, resultó al final de paladar graso. Yo creo que es una definición fantástica que explica perfectamente el inesperado relevo generacional que se produjo en un momento dado de nuestra historia artística por el cual las corrientes neoexpresionistas desbancaron, saltándolas por encima, a los complicados herederos de la década de los setenta. Aunque al respecto también sería interesante recordar momentos concretos, descender a los nombres y apellidos, como cuando llega a nuestro país determinada persona buscando un representante español (clave en este punto saber quién le indicó qué exposiciones visitar, dónde buscar, qué ver, entre quiénes elegir, quién le acompañó) para el escenario internacional del momento, posmoderno y transvanguardista, y no saca a un Guillermo Pérez Villalta, a un Carlos Franco, a un Carlos Alcolea o a un Luis Gordillo, sino que opta por un joven con apenas recorrido como Miguel Barceló. En fin (bis).

 

Siguiendo con la historia, los noventa dieron definitivamente la espalda a la NFM. Ya lo he planteado arriba, ¿es algo bueno o algo malo? Bueno, obviamente es perjudicial para algunas cosas, como todo lo relacionado con la cuestión promocional: la presencia de estos artistas o de su poética en las instituciones, su aparición en las publicaciones, su representación en bienales, ferias y todo ese tipo de cuestiones que acaban afectando tarde o temprano al mercado y la difusión comercial de sus productos. Pero ese contexto que les ha dado la espalda, y no a todos ni en la misma media, hay que tenerlo en cuenta, les ha forzado a alcanzar un nivel muy especial, y muy interesante en su propio enrarecimiento.

 

Aunque no hace falta seguir adelante, podríamos quedarnos en el principio: a ver si nos ponemos de acuerdo al menos sobre cuál es el cogollito de la NFM, pues ni eso siquiera parece resuelto con claridad. ¿Cuántos y quiénes eran, exactamente?, ¿metemos o no a Gordillo en el asunto desde el principio, o simplemente debemos interpretar el “gordillismo” como una fantasía genealógica?, ¿cuánto tiempo duró la cosa?... Antes de buscarles descendientes, quizá sería más urgente, sino imprescindible, saber quiénes han seguido desarrollando obra y con los que podemos seguir contando y dialogando, o cuál es el nivel de diálogo que tienen con esas nuevas generaciones entre las que nos empeñamos en buscarles herederos.

Yo insisto, y lo digo abiertamente para abrir el debate, no acabo de ver la herencia de la NFM ni en los Neometafísicos, ni en las derivas post-Punk de los Libres Para Siempre, ni en la mayoría de esos nombres que se han incluido en las dos exposiciones de las que se ocupa este librito.

 

Para finalizar mi intervención ese día acabé preguntándome justamente por otros nombres que no estaban en ninguna de ambas muestras, y que a pesar de su innegable ligazón emocional, formal o conceptual no aparecían en las tesis ni de Paco de la Torre ni de Almudena Baeza. Era una lista improvisada allí mismo, mientras mis dos compañeros hacían sus respectivas introducciones previas. Algunos de los que aparecían en ella estaban sentados entre el público asistente. Y es que en mi opinión para hablar de las derivas actuales de la NFM habría que preguntarse con más propiedad: ¿qué pasa con Pepe Valencia o con Alecs Navío?, ambos declarados deudores de la pintura de Carlos Franco, de Alcolea o Chema Cobo. ¿Qué pasa con Estefanía Martín Sáez o con Jesús Zurita?, ambos partícipes de la complejidad y el retorcimiento de esa poética figurativa al límite de lo doloroso, él, además, un pintor enorme y que se siente heredero de aquel espíritu, sin tener contacto ni aparecer nunca en las recopilaciones al uso. ¿Qué pasa con un pintor tan singular y tan combativo con alguno de los aspectos, formales y conceptuales, que han interesado tanto a nuestros artistas de la NFM, como José Díaz?, o con Javier Pulido, otro de los grandes olvidados. O con Chema Peralta, un artista que en sus primeras exposiciones rindió homenajes explícitos a Carlos Alcolea y su mundo fluctuante y fluido. Incluso, ¿qué pasa con Miki Leal?, ¿y con Guillermo Martín Bermejo?, ¿y con Pepe Carretero? A lo mejor son ellos los que acaban en algún momento diciéndonos, de manera diacrónica, qué fue aquello de la Nueva Figuración Madrileña al mostrarnos cómo y cuánto está diseminada su herencia… Que así sea.